Pero esta isla es más que un lugar a visitar. Es el icono de la capital de las vacaciones de la clase media que está, por cierto, llena de sorpresas.
Para ir a la isla basta con comprar los billetes en el puerto de Benidorm en “Excursiones Marítimas” (14 euros por adulto). El puerto está junto al parque de Elche, en uno de los extremos de la playa de Poniente (la más amplia del municipio y sin embargo la que menos sale en la televisión pues en ella no se ve el “mogollón”). Con el billete puedes ir, pulular por la isla el tiempo que quieras (con tal de no quedarte a dormir, que está prohibido) y regresar al punto de origen o bajarte a la vuelta junto a otra atracción “marina” que se remonta a la década de los 70 de la ciudad, el Cablesky.
El trayecto apenas dura 15 minutos, nada que ver con los 35-40 minutos que tardaba el primer barco (llamado “rompeolas”) que en 1962 empezó a hacer las excursiones, después de que durante años fuera la gente del pueblo quien paseara hasta el islote a los turistas en sus pequeñas barcas de pescadores.
Poco después de que las excursiones arrancaran, se empezó a explotar también un quiosco-bar en la isla, de mano del vigilante de ésta y de su hermano. Básicamente vendían refrescos a los turistas para sacarse algún dinerillo, y poco a poco, aquello terminó con la apertura de un bar que hoy sigue en marcha y desde cuya terraza se ve el skyline de Benidorm. (Por cierto, allí mejor tomarse una cerveza que el café, pues sirven un “americano” algo malo).
La pequeña edificación que hoy hace de restaurante fue construida hace cinco décadas por el Ayuntamiento benidormense como casa del guarda. No se hizo para reforzar la vigilancia, sino para que el “vigilante” viviera en ella y sortear, así, un decreto del Gobierno con el que podía quedarse con la titularidad de todas las islas que no estuvieran habitadas. La “casa” costó edificarla 25.000 pesetas y el alcalde que aprobó la medida, Pedro Zaragoza, fue el mismo que se fue a ver a Franco en motocicleta para pedir la “bula” por la que sólo en Benidorm las extranjeras pudieran lucir sus pecaminosos bikinis. Por cierto, cuentan que en su época los pescadores recalaban por la noche en la isla con sus barcas para hacer la “torrá” de pescado antes de regresar a tierra tras la faena, práctica de la que surgió un refrán local: “foc en l’illa, peix a terra” (fuego en la isla, pescado a tierra).
Hoy está prohibido hacer fuego en el islote que se integró, años después, al parque natural de Sierra Helada, cuyos acantilados caen sobre el mar entre las bahías de Benidorm y el Albir (Alfaz del Pi). Una vez en la isla, se puede pueden pulular por ella libremente, siguiendo un sendero entre cactus que llega a unas amplias rocas donde toman el sol las gaviotas. También en la isla uno puede apuntarse a ver los fondos submarinos con un barquito de visión subacuática que les deja un buen rato rodeados de pececillos e incluso de submarinistas.
Y es que la isla guarda bajo ella cuevas en las que habita una rica variedad de fauna submarina, lo que la convierte en reclamo de los buceadores. Por ello, en los últimos años se promocionan en ferias especializadas las rutas y sendas submarinas proyectadas en sus profundidades.
Un último dato sobre este peñón. Aunque en documentos del siglo XVI ya se denomina “Isla de Benidorm”, también ha sido llamada “isla de las Ratas”, “Plubaria”, e “Isla de los Pavos Reales” (en alusión a las vistosas aves que llevaron, en el siglo XIX los primeros fareros como símbolo de buena suerte, y cuya existencia hoy recuerda una gran jaula junto al restaurante). Pero además la isla fue bautizada en mayo de 1970 por la Federación Nacional de la Prensa de España como “Isla de los periodistas”. El apadrinamiento surgió durante la celebración en Benidorm de la XXVIII Asamblea Nacional de Asociaciones de la Prensa de España, cuyo el tema estrella fue la ansiada creación de una facultad universitaria que formara en la profesión (meta para la que se propuso un proyecto de estudios de tres años para el diplomatura y cinco para la licenciatura). La visita a la isla por los periodistas se hizo la tarde del 26 de mayo, invitados por el entonces alcalde Jaime Barceló, y allí se firmó el pergamino que la denominó con tal nombre.
Ah! Pese al ardid del alcalde Zaragoza, después de que la isla fuera catalogada en los 80 como espacio verde municipal, en los 90 apareció una nota simple del Registro de la Propiedad que decía que la finca era del Estado. Y así, estatal, sigue siendo este islote símbolo de una curiosa ciudad, con mucho más por ver que lo que refleja la marabunta tendida al sol, cada verano, en la televisiva playa de Levante.
Ayuntamiento y pescadores se movilizaron para evitar que la isla pasara a ser propiedad privada
En plena polémica por la posesión del Peñón de Gibraltar -y ya van unas cuantas- desempolvar antiguos volúmenes sirve para descubrir que el empeño del Gobierno de España no fue siempre el de sumar territorios. Hace más de 70 años, y por dos veces, el Estado trató de vender al mejor postor la isla de Benidorm.
Los libros de actas del Ayuntamiento de Benidorm son testigos de la dos subastas públicas anunciadas en 1930 y 1935 por el Estado para dejar la isla en manos de un particular. Y en dos ocasiones consiguió Benidorm frenar esa operación, aunque la tarea no fue fácil.
Lo que sí se ha podido atestiguar es la contestación ciudadana que hubo en Benidorm parar defender lo que ahora es un icono y en aquella época era mucho más. La movilización llegó de los pescadores locales, del Ayuntamiento de Benidorm e incluso del de La Vila Joiosa para conseguir que el islote siguiera siendo de titularidad pública. Y para ello se viajó hasta Madrid, se tocó a las puertas del Ministerio y se expuso al propio ministro de turno “los perjuicios” que esta venta traería para “el interés general”.
Primera subasta: 1930
La primera intentona de subastar la isla de Benidorm se produjo en 1930. Tras el anuncio publicado en el Boletín Oficial, el 8 de noviembre pescadores y vecinos de Benidorm se plantan ante el segundo teniente de alcalde para protestar por la subasta. Se decide entonces cursar un telegrama al gobernador civil de Alicante, en el que se hace constar que la venta del islote es la ruina para los hombres del mar y en el que se pide la anulación de la subasta.
También se envía un telegrama al Ministerio de Fomento y Hacienda en la misma línea, exponiendo “los perjuicios materiales y económicos” que esta venta originaría para los pescadores porque la isla es de “imperiosa necesidad” para su actividad. Y es que era refugio para los pescadores durante los temporales y les servía de abrigo del frío y de las inclemencias del mar. De ahí que la familia pesquera de la localidad no hubiera tenido que lamentar desgracia alguna. Vender la isla a un particular implicaría la imposibilidad de que los pescadores dispusieran de esta protección.
Pero los telegramas no surten efecto. Por eso, el 20 de noviembre la corporación en pleno decide dar un paso más y nombrar una comisión que ponga rumbo a Madrid para explicar en persona al ministro cuál es la situación y tratar de frenar la venta. Y en caso de no conseguirlo, la intención es “proponer al señor ministro la compra” del islote “por este pueblo y Villajoyosa”.
Hasta Madrid viajaron el alcalde de La Vila Joiosa, el representante de los pescadores y el segundo teniente de alcalde de Benidorm, José Llorca Zaragoza. Y su turné a la capital tuvo un éxito “rotundo”, porque el ministro tras escucharles acordó “la suspensión de dicha subasta”. Pescadores y vecinos podían respirar aliviados.
Segunda subasta: 1935-1936
Pero la tranquilidad duró sólo unos años. En 1935 de nuevo el Estado ponía sus ojos en la isla de Benidorm y con la misma intención de dejar su propiedad en manos de quien pusiera más pesetas sobre la mesa. En abril de ese año se recibe oficio de la Administración de Propiedades de Alicante referente a la subasta del islote. El 9 de abril, el pleno faculta al alcalde para que exponga que “las causas motivo de la protesta de este Ayuntamiento de 20 de noviembre de 1930 no han desaparecido, sino al contrario”.
Es más se deja constancia de que la venta de la isla agravaría el problema del paro en Benidorm, puesto que en tiempos de temporal sólo se puede faenar en las inmediaciones de sus aguas, resguardadas de los envites del mar. Sin ese resguardo, no hay posibilidad de pescar en la bahía y muchos pescadores tendrían que dejar de trabajar.
En marzo del año siguiente, “la casualidad” se pone del lado de los pescadores. El nuevo ministro -surgido tras las elecciones de febrero en las que se impone el Frente Popular- no faculta al delegado de Hacienda en Alicante para que se ejecute subasta. La isla se ha vuelto a salvar.
En el acta del pleno del 22 de marzo se reproduce un escrito presentado por el Pósito de Pescadores en el que -salvo error u omisión- se expone que: “ha sido una verdadera casualidad que el Ministerio de Hacienda no concediera facultades al delegado de Hacienda de Alicante para anunciar la subasta, de lo contrario esta hubiera sido ya adjudicada a la propiedad particular con los perjuicios consiguientes. Es del parecer por las razones que justifican las protestas de los acuerdos anteriores de este Ayuntamiento en los que de una manera clara se ve un interés de que este islote pase a la propiedad particular sin beneficio general alguno y sí perjuicios. Y, por otra parte, se ve que esta venta sigue una trayectoria política, haciendo caso omiso del bienestar general y con el fin de que este asunto quede de una vez para siempre resuelto, procede dirigirse al Excelentísimo Ministerio de Hacienda enumerando las razones que nos asisten para que dicho islote no puede ser enajenado a propiedad particular sino para fines únicos y exclusivamente del Estado, provincia o municipio”.
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