En mi caso, igual que como para cualquiera que haya nacido y vivido cerca del mar, el pescado seco o en salazón no era ningún desconocido, y aunque su sabor nunca ha sido del todo de mi agrado, sí que habia podido probarlo en más de una ocasión. En el caso de Alicante, lo que más me sorprendió fue la diversa variedad de tipos que uno podía encontrar en cualquier tienda de embutidos, ocupando casi siempre una parte importante del mostrador de productos.
La preponderancia y el gusto por este tipo de alimentos conservados por largo tiempo mediante procesos de secado y salado tradicionales se puede observar por todo el levante español, aunque son varios los puntos geográficos donde esta tendencia es superior a la media: Alicante, Murcia y Cádiz. Los tres son pistas importantes a la hora de poder indagar en la procedencia de esta manera de conservar el pescado, puesto que todos ellos, en su momento, fueron puerto de llegada de un pueblo viajero y comercial que, gracias a la habilidad de sus marinos pudo llegar a cualquier parte del mediterráneo. Hablamos, como no, de los Fenicios.
Un pueblo singular, de origen semita y situado en una región de Asia Menor dominada por el mar en su parte occidental y por una tierra agreste, seca, montañosa en la oriental, en la que el único objeto valioso que existía era el Cedro del Líbano, un árbol frondoso con una madera muy cotizada en la antiguedad. Esta situación les obligó, digámoslo así, a buscar su fortuna en la mar, en la que pronto destacaron por sus habilidades marineras, comenzando una carrera para establecer puntos de comercio en muy diversos parajes, llegando incluso, según las fuentes antiguas, a circunnavegar África (periplo de Hannón)
Aproximadamente en el siglo VI a.c llegaron a España, fundando colonias por todo el Levante y Andalucía. En el caso de Alicante destacan plazas como Dénia, Jávea, Calpe, El Campello (Illeta dels Banyets), Alicante (Tossal de Manises), Santa Pola y Tabarca (nombre fenicio que ha sobrevivido).
Los Fenicios (cuyo nombre derivó en época romana a púnicos, por la palabra griega Phoinikés -los rojos-, que se les dió por su habilidad en la producción de los moluscos de los que conseguían el púrpura o tinte rojo para la ropa), eran obviamente especialistas en el tratamiento del pescado para su conservación a largo plazo, conocimiento que se transmitió a través del contacto con los grupos tribales íberos que habitaban la zona.
Resumiendo, creo que cuando saboreemos un poco de hueva, o de atún de zorra, o de cualquiera de las variedades que se pueden encontrar en la ciudad, sería bueno pensar en la trascendencia temporal que pueden alcanzar algunas costumbres, que repetidas día a día han conseguido salvar el escollo de dos milenios que nos separa de aquel pueblo curioso, negociante y un poco pirata que fueron los fenicios.
Buen provecho.
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